Author: gabtorar
•11:09
Hebreos 13:15 “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es decir, frutos de labios que confiesan su nombre”

A los seres humanos nos enseñan desde pequeños a vivir para nosotros mismos.

A vivir para satisfacer nuestros deseos, no solo las necesidades.

Nos convencen de cosas tales como que tenemos derecho a la felicidad y que hasta debemos luchar por ser felices.

Muchos de esos supuestos derechos, son privilegios en realidad, pero se enseñan como derechos.

Luego crecemos con la mentalidad de que esa es la verdad.

Lo más que avanzan las sociedades, lo más que se promueve que todo está allí para servir al hombre, para hacerlo feliz.

La mentalidad del hedonismo, del placer, del bienestar personal, puede ser muy dañina cuando no se entiende bien.

No podemos dudar que Dios nos ama, y concede tiempos de alegría, pero no he hallado en Su Palabra algo que explícitamente diga que Él me creo para que yo sea feliz.

Por cierto Dios no me creó para que ser infeliz, pero tanto lo uno como lo otro acontecerá en mi caminar por esta vida.

Habrá momentos y momentos, y en cada uno de esos momentos, Él desea que yo sepa que Él está junto a mí.

La abierta voluntad de Dios es que seamos hechos semejantes a Jesús.

¿Vivió Jesús feliz, terrenalmente hablando, todo el tiempo? Claro que no ¿Qué nos sorprende entonces?

¿Por qué nos sorprenden entonces cosas como la enfermedad, las aflicciones o la pérdida de algún ser amado, siendo que todas ellas son parte de las reglas del juego de la vida?

Tener a Jesús no es un seguro anti sufrimiento, pero si la garantía que junto a Él podremos hacer frente a cualquier sufrimiento, a cualquier adversidad.

Es un error hacer del nombre de Jesús algo que no es.

Le hemos hecho sinónimo de alegría ¿y no de sufrimiento? Sinónimo de paz ¿y no también de angustia?

Hemos parcializado el nombre del Señor según nuestra conveniencia.

Y pienso que negamos al Señor cuando no hablamos con justicia de Él.

Dios está allí para nosotros, sin duda alguna, pero gran parte de la cristiandad ha olvidado lo que dice este verso: Ofrezcamos siempre a Dios.

El escritor aquí hace el énfasis correcto, no hablando de lo que Dios hace por mí, sino de lo que yo debo hacer por Él.

Debo ofrecer a Dios. Ofrecer se entiende de varias formas

Dedicar algo a alguien. Dedicar o consagrar algo a una divinidad. Presentar, manifestar algo a alguien para que disponga de ello. Presentarse voluntariamente para realizar algún servicio.

Todo lo anterior incluye la idea de ofrecer. Pero más que a menudo venimos a Dios para solicitar de Él en lugar de ofrecer.

Las personas, por naturaleza demandamos para nosotros, pero no mostramos la misma disposición para dar de nosotros.

Dios nos enseña a través de toda Su palabra que debe haber en nosotros un espíritu sacrificial.

Debemos armarnos del pensamiento que en la vida, aun en la vida con Cristo tendremos que hacer sacrificios.

Abraham, Isaac y Jacob sacrificaron a Dios.

Los reyes sacrificaban al Señor.

Muchos profetas fueron sacrificados por causa del Señor.

Jesús se sacrificó, y la hermandad de la iglesia primitiva y posteriores, han sacrificado sus propias vidas.

¿Podremos nosotros tener un cristianismo sin sacrificios? ¿Cuán importante es este concepto para mí?

¿Acabaré la carrera siendo gobernado por el pensamiento incorrecto, si lo que me motiva para acercarme al Señor, no es más que la egoísta búsqueda de mi propia felicidad?

El padecimiento castiga la carne y tal parece, que anula el poder que el pecado tiene sobre ella.

El padecimiento tiene por tanto, un importante rol en hacernos semejantes a nuestro salvador.

Es en medio de esos difíciles momentos cuando nuestro sacrificio a Dios parece tener un mayor valor.

Debemos armarnos del pensamiento de tener un espíritu sacrificial, uno que esté dispuesto a hacer y a recibir, lo que Dios quiera.
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