Author: gabtorar
•13:41
Gálatas 3:1: ¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?

En la vida contemporánea existen tantas cosas sorprendentes que pueden acabar fascinando al cristiano.

La escritura nos advierte sobre ese peligro en este versículo.

Pablo descubre que los hermanos de Galacia están siendo extraviados del camino de la verdad, y sabe que esto es el resultado de una fascinación.

La palabra fascinar significa “atraer o impresionar mucho una persona o cosa a alguien”.

Si somos honestos reconoceremos que es muy posible sentirse fascinados por algo o alguien, en la época que vivimos.

Los mismos logros de la ciencia tienen fascinadas a tantas personas alrededor del mundo.

Si no somos cuidadosos, aquellas cosas que debieran ser para nuestro servicio y utilidad bien pueden terminar dominándonos, fascinándonos.

Conozco tantos casos de maravillosas personas algún día siguieron y sirvieron a Dios con alegría, y que hoy ya no tienen tiempo para Dios, porque se fascinaron con cosas, como video juegos, por ejemplo.

Este mismo medio (internet), si uno no es cuidadoso, puede llegar a fascinarse al punto de dejar muchas responsabilidades sin hacer por pasársela conectados.

Pero el riesgo no está solo en las cosas. Hay también personas con tal carisma que fascinan a multitudes.

Son miles las personas que siguen líderes, religiones, filosofías y toda clase de creencias, que son dañinas para ellos mismos, pero no logran ver la realidad, porque están fascinados por el carisma de sus líderes, por ejemplo.

La gran crisis valórica y moral ha sentado las bases para que millones de personas vivan en una suerte de extravío.

Es una gran verdad que aunque muchos intentan demostrar que tienen claro el rumbo a seguir, por dentro, sienten una gran desesperación por lograr encajar con alguien que les sirva de guía. Alguien que les proporcione algún modelo para imitar, alguna forma de vida, estilo, moda que emular.

Los medios de comunicación en general, y en particular la televisión, son los grandes responsables de levantar ídolos, de convertir personas en personalidades que cautiven a grandes y pequeños.

Hemos vivido por tanto tiempo con eso que nos parece normal pero… ¿lo es realmente?

Hablo de hombres a los que convierten en superhombres, personajes que idealizados llegan a ser o representar todo lo que uno (por dentro) desearía ser.

El mundo es fácilmente fascinado por estos “personajes”, y digo “personajes” porque eso es lo que son, una invención, un producto televisivo nada más.

Todos esos supuestos héroes son tan débiles como somos los demás. Tienen tantos miedos como podemos tener los demás. Se sienten tan impotentes como llegamos a sentirnos los demás, sólo que a ellos, se les ha escogido para parecer invencibles, muy seguros de lo donde ir y de cómo llegar allá.

He oído decir que en el reino de los ciegos el tuerto es rey, y creo que ese popular adagio, sin pretender discriminar, se refiere a esto.

No es raro, en todo caso, que habiendo tal crisis valórica y de reales y consistentes de modelos de vida verdadera a seguir, las personas se conformen e incluso entusiasmen con la idea de seguir al menos una ilusión.

Los paparazzi hacen lo suyo cuando logran fotografiar a alguna de estas bellas celebridades (de la pantalla) en la vida real. Me refiero sin el maquillaje, sin los arreglos que la industria del cine logra. ¡¡Cómo sorprende darse cuenta que hasta su belleza es arreglada!!

Lo cierto es que hay peligros en dejarse llevar por cualquier forma de fascinación.

Hoy más que nunca necesitamos abrazarnos del ancla segura que Cristo representa para nosotros los mortales.

Su vida de desprecio, su cruz ensangrentada, sin maquillajes son el mejor retrato de lo que yo entiendo debiera ser un verdadero superhéroe.

En lo que a mí respecta, no me avergüenza decir que “Cristo, (como dice una canción de niños a mi pequeña de 2 añitos le gusta cantar) es mi superhéroe, mi amigo, el mejor”.

Si hemos de ser fascinados por alguien, que sea por el Señor.

Lo que es yo, estoy fascinado con el Señor ¿y tú?
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