Author: gabtorar
•10:12
Mateo 27:31 “Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle”.

¿Cuántas veces has sentido ganas de tirar la toalla?

Sobre todo, cuando, por más que nos esforzamos las cosas no resultan, somos tentados a abandonar la tarea porque nos cansamos de insistir.

En los diversos roles que nos toca cumplir, no es raro sentirnos frustrados cuando las cosas no nos resultan o cuando no logramos los resultados que esperamos.

A todo nivel, ya sea como padres, en nuestra relación conyugal, en nuestro desempeño laboral o profesional, y también en la vida cristiana, nos enfrentaremos a situaciones que nos pondrán en la encrucijada de si tiramos o no la toalla.

Pienso que en la vida cristiana es donde más fuerte sentimos esta tentación.

No debemos nunca perder de vista que los cristianos tenemos un enemigo declarado, uno cuyo objetivo es convencernos de que no somos lo suficientemente buenos para satisfacer los requerimientos de la vida cristiana.

Este enemigo archiconocido, se ha tomado como una tarea personal contra los cristianos el convencernos para que tiremos la toalla y abortemos el plan de Dios.

Su plan normalmente contiene la idea de desanimarnos y para ello ocupa toda clase de artimañas. De ellas, quizá la que más dividendos le produce es la de llevarnos a poner la mirada en nosotros mismos (ya sea para bien o para mal) y así quitarla del Señor, quien es nuestro verdadero baluarte y sostén.

¿Cuántas veces hemos dejad0 de seguir al Señor en algo, por haber caído en esta trampa? ¡¡Muchas, sin duda!!

Por extraño que parezca al enemigo le va muy bien con esta estrategia.

Muchos han sido convencidos que la vida cristiana no era para ellos. Ya sea porque eran demasiado malos para esa clase de vida o por el contrario, creer que son lo suficientemente buenos como para necesitarla.

Así como no debería extrañarnos encontrar obstáculos en nuestro deseo de seguir a Cristo, tampoco debería extrañarnos que el enemigo intente persuadirnos a tirar la toalla, a abandonar la fe, y dejar el camino de Dios.

Nuestro mejor ejemplo en esto es Cristo mismo. El sufrió toda clase de detracciones, pero jamás claudicó y aunque alguno podrá decir: “bueno, pero era Jesús”, frente a ello puedo agregar que Jesús nunca se aferró a su porte de ser Dios.

Lo que hizo, lo hizo como hombre semejante a nosotros, sujeto a nuestras mismas debilidades. Y logró acabar la carrera en victoria y en esto radica su mayor mérito.

Una de las cosas que le hicieron vencer fue este entendimiento. Jesús sabía que el enemigo era un engañador que intentaría (nos consta que lo hizo) persuadirlo a abandonar el plan divino, a tirar la toalla.

Jesús nos ofrece un magnífico ejemplo de perseverancia.

El debió cargar esa cruz, después de haber padecido mucho a causa de los castigos físicos que le propinaron los centuriones romanos, expertos en el arte de hacer sufrir a los condenados a la cruz.

Nuestro Señor se mantuvo en pie hasta que ya no pudo más, pero ¡¡jamás soltó la cruz!!

Debo decir que Jesús cayó bajo el peso de la cruz pero nunca se deshizo de ella. Él no claudicó, no tiró la toalla.

Muchas veces sentimos que el peso de las circunstancias nos trae abajo, pero Dios siempre sabe enviarnos la ayuda necesaria para acabar lo que empezó en nosotros.

Hay un hermoso canto de un hermano que dice “mi trabajo es creer”, y creo que él tiene toda la razón.

Nuestro trabajo es creer (no dudar) que Dios sabe lo que está haciendo. Creer que Él es poderoso para acabar lo que comenzó en nosotros, y creer que nuestro trabajo es mantenernos junto a Él hasta el fin.

Los cristianos tenemos prohibido tirar la toalla porque en verdad, ¡no hay necesidad de hacerlo!
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