Author: gabtorar
•10:24
Josué 5:6 “Porque los hijos de Israel anduvieron por el desierto cuarenta años, hasta que todos los hombres de guerra que habían salido de Egipto fueron consumidos, por cuanto no obedecieron a la voz de Jehová; por lo cual Jehová les juró que no les dejaría ver la tierra de la cual Jehová había jurado a sus padres que nos la daría, tierra que fluye leche y miel”.

Yo sé, tan bien como tú, que hay cosas muy difíciles en la vida.

Cosas que nos cuesta hacer. Cosas que nos cuesta aprender.

A veces transcurren largos periodos, los que se vuelven tediosos para nosotros, en la escuela de aprender alguna lección que no hemos internalizado aun.

Es sabido que existen distintos ritmos de aprendizaje, como también existen distintas metodologías de enseñanza. Pero Dios siempre considera ambas cosas.

Él es el maestro por excelencia. A Él no se le escapa ningún detalle a la hora de enseñarnos lo que necesite que aprendamos.

Por tanto, no podemos quejarnos cuando es Él quien nos está enseñando.

Cualquier otro podría equivocarse, cualquier otro podría aplicar las estrategias equivocadas, pero Dios no.

Entonces ¿por qué todavía no aprendemos ciertas lecciones a la cuales el Señor nos debe llevar una y otra vez?

Porque nosotros hacemos difícil aquello que no lo es.

El pueblo de Israel nos entrega un muy buen ejemplo de lo que estoy hablando aquí.

Ellos eran esclavos en Egipto.

Toda su aspiración en la vida, después de nacer siendo esclavos, era crecer como esclavos, vivir como esclavos, trabajar como esclavos y morir siendo esclavos ¿Te alentador? ¡Para nada!

Pero un buen día Dios decidió librarlos de ese yugo, para lo cual levantó un líder.

Cual más, cual menos, todos conocemos la historia de Moisés. Este niño salvado milagrosamente de las aguas que llegó a convertirse en el hijo de la hija de Faraón.

Que fue criado como un hijo de la realeza y que con el correr del tiempo huyó por haber dado muerte a un egipcio que maltrataba esclavos israelitas.

Dios ideó un plan maestro que tomó años en concretarse. Solo la mente de Dios pudo concebir tal clase de plan.

El Señor no dejó nada al azar. En este plan Suyo todo estaba perfectamente cronometrado.

Claro, Él sabe lo que traerá el día de mañana y por ello, puede anticipar la jugada con toda precisión.

Tal es el caso de lo que Dios había planificado para Israel.

Su plan incluía entregar a los israelitas un verdadero porvenir, una tierra soñada para ellos, lejos de la opresión y de la esclavitud.

Ellos serían libres en esa tierra. Comerían de la grosura de ella, de los frutos deliciosos. Beberían la leche, probarían la miel.

En esa tierra, ellos tendrían de verdad un futuro, y quien estaba detrás de este magistral plan era Dios mismo.

El viaje a esa tierra no debía durar más allá de algunos meses, cuando mucho un par de años. No obstante, les tomo 40 años llegar ahí.

¿Por qué? ¿Cómo es posible?

La respuesta es simple: aquello que Dios había planeado que fuera fácil: “ellos lo hicieron difícil”.

¿Para cuántos de nosotros esta es nuestra propia verdad?

Procesos que Dios planeó, y por los que inevitablemente tendremos que atravesar. Procesos que están en el ADN de nuestra humanidad, pero que se alargan imponderablemente a causa de nuestra negativa o falta de cooperación.

Aquello que debe ser doloroso en esta vida, no puede dejar de serlo, pero que ese dolor se prolongue por más tiempo del debido, no es sano, ni correcto, porque no es parte del plan.

Dios sabe cuánto peso encima podemos llevar.

Aun el fabricante de autos sabe hasta que tonelaje el vehículo es capaz de llevar sin representar riesgos para el mismo.

¿No conocerá mucho mejor el Señor cuál sea nuestra capacidad de resistencia o respuesta?

Pero nosotros, al no cooperar con Dios, al no entender lo que está haciendo, al no dejarnos llevar por Él y someternos a Su plan, hacemos las cosas difíciles y largamos los procesos.

Necesitamos imperiosamente aprender a ser más prácticos y, por ende, menos complicados.

A veces dejamos que la amargura se apodere de nosotros en lugar de perdonar al ofensor.

Otras nos encerramos en nuestro pequeño mundo impidiendo a otros venir a animarnos.

A veces cerramos las ventanas al sol y sus colores y acabamos llenándonos de oscuridad y frío por dentro.

No hay nada mejor que abrir las ventanas y dejar que la brisa fresca entre y nos renueve. No hay nada mejor que salir y mirar los colores de la creación de Dios alrededor nuestro.

Definitivamente no hay nada mejor que dejar que Dios siga adelante con su plan en nuestras vidas.

El Señor, que hace la herida, tiene poder también para curarla.

Debemos dejarlo ir delante de nosotros guiándonos en los procesos de la vida. Confiar en el Señor como el apóstol Pablo y decir con él: “he guardado la fe”.

Necesitamos entender que aun las cosas difíciles no lo son tanto cuando nos proponemos dejar a Dios hacer su trabajo. C

Cuando en resumen decidimos “no hacer difícil aquello que en verdad no lo es”.
|
This entry was posted on 10:24 and is filed under . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.