Author: gabtorar
•12:09
Proverbios 4:18: “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora. Que va en aumento hasta que el día es perfecto”.

La vida cristiana es un constante proceso de crecimiento.

En este verso, la senda del justo es semejante a la luz de la aurora, que va mostrándose lentamente, de a poco, pero que llega a ser potente cuando alcanza su plenitud.

Pero lo anterior es producto de un proceso, un proceso gradual de crecimiento.

El diccionario define proceso como “el conjunto de las fases sucesivas de un fenómeno natural o de una operación artificial”.

Así, el proceso de la vida cristiana se entiende como las fases por las que un cristiano atraviesa en su andar con Dios y en su transitar por el camino de la fe.

Si uno se detuviera a pensar cuántos procesos ha atravesado desde el momento en que depositó su vida en las manos de Jesús hasta ahora.

Son incontables las situaciones por las que hemos pasado ¿verdad? Lo que hace muy difícil poder detenerse en cada una de ellas, ¡es que han sido demasiadas!

Lo maravilloso es que ninguna de ellas ha carecido de propósito en Dios.

El Señor no hace nada porque sí. TODO en Él cumple una función. Todo en Él es parte de algo, de un proceso, mediante el cual el Espíritu de Dios nos está transformando para llegar a ser más y más semejantes a Jesús.

¿¡Cómo no alabar al Señor, por concedernos el gran privilegio de ser hechos semejantes al Salvador!?

Desde luego, en muchas fases del proceso, sentimos que no vamos a ser capaces de continuar.

Las circunstancias nos agobian, nos sobrepasan y cumplen así inequívocamente con su rol que es llevarnos a una total aniquilación de los que somos, de la confianza en nuestros recursos (humanos y materiales, etc…) y a una total dependencia DEL Señor.

Detrás de muchas de las cosas que vivimos, el propósito es este principalmente: Que aprendamos a confiar en Dios, a descansar sobre la base de Su fidelidad, de Su control sobre cualquier circunstancia.

Dios desea que crezcamos en amor, en paciencia, en fe, en servicio, en pureza, en el conocimiento de Cristo… ¡¡en todo!!

Y para llevarnos a ese crecimiento necesitamos vivir procesos.

Quiero citar un ejemplo, que a mi juicio es representativo del modo en que Dios puede tratar cualquier otra situación nuestra.

A veces pedimos a Dios que nos de paciencia.

Nuestra manera de entender las cosas (ya sabemos) es distinta a la de Dios)

Cuando nosotros pedimos al Señor paciencia, lo que estamos tratando de decir es: “Dios, tu sabes que yo soy impaciente, que cualquier cosa me inquieta y me pone ansioso. Te pido que desde el cielo MANDES algo que me VUELVA paciente”.

Así es como oramos ¿verdad? Y esperamos que algo sobrenatural ocurra que de pronto NOS VUELVA ESO QUE NO SOMOS.

Que la varita mágica de Dios nos toque y nos cambie milagrosamente.

Pero ahí justamente comienzan nuestras frustraciones, cuando en lugar de ello, notamos que empezamos a ser bombardeados por circunstancias que nos llevan en el sentido opuesto.

Uno termina preguntándose ¿Qué es eso? ¿Qué está haciendo Dios? ¿Me habrá escuchado?

Eso es un proceso. Uno en el cual Dios trabajará con nuestra impaciencia.

Esto mismo es aplicable a la mayoría de nuestras áreas.

Tú pides capacidad para perdonar, y de repente, parece que todos se ponen de acuerdo para ofenderte o calumniarte o dañar tu imagen o testimonio. ¿Qué es eso? ¡¡Un proceso, una oportunidad para trabajar el perdón, para crecer en Dios!!

Pedimos ser buenos administradores, y en mente tenemos que Dios nos va a dar tantos recursos, que vamos a tener en abundancia para ahorrar.

Curiosamente ocurre lo contrario: nuestro presupuesto se achica (extrañamente aunque no es extraño, Dios está actuando, respondiendo nuestra oración) y nos vemos en la necesidad de ajustar el cinturón de la economía.

Paradójicamente ahí descubrimos dos cosas: por una parte, que vivíamos una vida de despilfarros, y por otro, que había en nosotros una capacidad de ahorro que no habíamos descubierto y que por fin es necesario utilizar.

Todo ello suele ser doloroso para nosotros. Que Dios trabaje rompiendo nuestras costumbres y moldes siempre produce algo de dolor. Pero el resultado del proceso es sorprendente.

Después de dejar que Dios haga lo suyo en esos procesos, no volvemos a ser los mismos.

Es que los procesos nos cambian, nos transforman y nos acercan a Jesús.
|
This entry was posted on 12:09 and is filed under . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.