Author: gabtorar
•10:15
Juan 10:10: “El ladrón no viene sino para HURTAR y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.

En el devocional de ayer definí la palabra Hurtar. Dijimos que hurtar era tomar o retener bienes ajenos contra la voluntad de su dueño, pero sin hacer uso de la violencia.

Y esta definición es muy interesante, porque deja entrever que en la naturaleza del hurto no está el usar la fuerza para despojar a la víctima, sino aprovecharse de las circunstancias que otorga la víctima.

Trabajando con personas, escuchando sus problemas, me he podido percatar que la gran mayoría de sus aflicciones no viene como resultado de algo estrepitoso que haya acontecido de un momento a otro, sino más bien como producto de haber sido descuidado (negligente) con esas áreas por un tiempo significativo.

A causa de estar ocupados somos muy susceptibles de dejar de hacer cosas importantes.

¡¡Tanto se ha hablado de lo importante y lo urgente!!

De cuan vital es no postergar lo importante por atender continuamente a cosas urgentes.

Si todo el tiempo estamos apagando pequeños fuegos, nunca llegamos a ocuparnos del incendio, que es lo que realmente importa.

Quiero decir que muchas de las cosas que nos duelen y afligen no llegaron con violencia hasta nosotros, como tampoco en los hurtos se usa la violencia.

Más bien, se fueron abriendo paso de manera lenta pero sostenida.

Lo que hace exitoso un hurto no es la violencia del asaltante sino el elemento sorpresa.

El ataque sorpresivo, inesperado es desconcertador para quien lo recibe.

Aquello que nos toma por sorpresa, suele ser devastador.

Hay temas (áreas) que descuidamos de manera continua y curiosamente cuando el problema se nos vino encima, nos sentimos sorprendidos

¿Debería sorprendernos? Pienso que no.

Como sea, intencionadamente o no, el ladrón aprovechará nuestro descuido para atacar.

El delincuente estudia y espera el momento preciso.

En el caso de los hurtos el delincuente suele seguir a la futura víctima, que ha sido previamente seleccionada.

Prima en este criterio de selección, notar que la víctima se encuentre descuidada, esto es, atendiendo otras cosas.

Muchos de los problemas que surgen al interior del matrimonio, por ejemplo, no los percibimos como tales.

Es solo una vez que la bomba estalló (digamos, que el ladrón hurtó) que nos damos cuenta que estábamos ocupados atendiendo otros asuntos, y no alcanzamos a notar que algo estaba siendo descuidado en este ámbito de modo continuo.

Lo mismo es cierto en las relaciones con los hijos.

No pretendo ser crítico con los padres (¡¡vaya que desafío es serlo!!) sino más bien reflexivo con hechos objetivos, y estos revelan que hay una crisis comunicacional en las relaciones entre padres e hijos.

Las razones son variadas. Pero el común denominador es el descuido de esta relación.

Podemos ser extraños viviendo en la misma casa.

A veces como padres, colocamos nuestras expectativas tan por encima de los reales intereses de nuestros hijos que no llegamos a percatarnos que estamos intentando hacerles vivir una vida que para nada es consecuente con sus intereses.

No es raro oír a los muchachos quejarse de que sus padres no les escuchan (y créame que yo creo firmemente que a algunos lo único que les falta es una buena corrección) pero hay tantos que legítimamente se sienten abandonados por sus progenitores.

Encuentran refugio, además de oídos prestos a escucharles, donde nosotros como padres menos quisiéramos, pero ¿qué se puede esperar si cada vez que nos comparten sus cosas (no las que nos gustaría escuchar) los censuramos y criticamos?

¿Quién quiere conversar con alguien que termina cada conversación en un sermón?

Perdemos los mejores momentos con nuestros hijos por estar tan prestos a sermonearlos cada vez que tenemos oportunidad.

El ladrón verá en esto una oportunidad formidable para robar y no lo hará por medio de la fuerza, sino con sutileza.

Usando el factor sorpresa de repente veremos que hemos perdido a nuestros hijos.

El grupo de la esquina los habrá ganado.

Nos quejamos de que nuestros hijos se la llevan en el computador, en las redes sociales, en el chat y cuando tenemos oportunidad de hablar con ellos, queremos que ellos hablen de las cosas que A NOSOTROS nos parecen o agradan.

¿Debería sorprendernos que prefieran estar en el chat donde pueden ser auténticos?

No debemos olvidar: “el ladrón vino para hurtar, pero él sólo hurtará lo que nosotros le permitamos, lo que nosotros descuidemos y entreguemos en sus manos. Continuará…
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