Author: gabtorar
•10:46
Hebreos 5:8 “y aunque era hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia”

Alabo la transparencia con que el Señor nos entrega pequeños pero importantes detalles para el correcto desarrollo de nuestra vida espiritual por medio de Su Palabra.

En este texto nos revela un poco del camino que debió transitar nuestro Señor Jesucristo para llegar a ser ese “hijo amado que complace al Padre”.

Cristo no se aferró a su divinidad como un medio para hacer la voluntad de Dios. ¿Qué valor tendría que Él hubiera vencido a la carne, al diablo y al mundo, si lo hubiera hecho en su divinidad?

Pero nosotros sabemos por la palabra que Él fue tentado en todo según nuestra semejanza y que fue sin pecado, en cada una de esas tentaciones.

Hay un elemento importante para el éxito en la vida del cristiano que se nos señala acá: “el padecimiento como medio de enseñanza”.

Los padecimientos tienen un efecto purificador y disciplinario. Ellos producen en nosotros un carácter que de otro modo nunca se llegaríamos a poseer.

Dios los usa como herramientas para enseñarnos, y la lección que se manifiesta en el verso es clara: “aprender la obediencia”.

La obediencia es algo que no se trae de manera natural. Si hay algo parte del hombre caído que se muestra con bastante rapidez desde edades muy tiernas es la capacidad de rebelarnos a lo establecido y buscar hacer nuestra propia voluntad.

Por tanto la obediencia es algo que uno debe aprender. Aun en la milicia esos muchachos desaliñados y rebeldes aprenden a comportarse (no estoy diciendo que su naturaleza sea cambiada, pero si su conducta) a cuadrarse y obedecer órdenes e instrucciones de otros.

Aun los padres de esos jovencitos, se maravillan al ver el cambio en ellos.

Por supuesto, esto no ocurre por casualidad. Es producto de la disciplina, de la instrucción a que son sometidos.

En la vida cristiana a veces no nos sujetamos a la palabra de Dios e insistimos en hacer nuestra propia voluntad. Eso nos vuelve candidatos seguros al proceso instruccional del Señor.

A todos nos gusta recibir los beneficios de tener al lado la ayuda de un Dios que todo lo puede, que salva, sana, provee, y todo lo demás, pero no nos parece tan genial la idea de tener que estar sujetos a ese Dios, porque creemos que nuestros planes son mejores que los Suyos.

Continuamente y a veces no teniendo la más mínima intención de hacerlo, nos rebelamos contra su orden. Por ello Dios nos disciplina, nos enseña a obedecerle.

Debemos meditar el hecho que Jesús aunque era Hijo aprendió a obedecer. La obediencia se encuentra en todos nosotros en potencia, pero el ejercerla demanda disciplina y Dios está especialmente interesado en que aprendamos a obedecerle.

Todas las personas de este mundo padecen por diversos motivos. Las catástrofes, enfermedades, las aflicciones propias de la vida, añaden una cuota de padecimiento a nuestra existencia. Pero muchos cristianos atraviesan por circunstancias que bien pudieran evitarse si no fuera porque no se dejan mover por Dios.

Si Jesús nuestro ejemplo debió atravesar por padecimientos que le enseñaron obediencia. ¿Qué nos queda a nosotros?

¡¡Seguir su ejemplo!! Dejarnos enseñar en este tema tan crucial para una vida cristiana verdaderamente exitosa.

Jesús tuvo éxito no por la cantidad de gente que sanó o liberó, o por la espectacularidad de sus milagros, sino particularmente porque fue capaz de decir “consumado es”. Esto es, cumplir obedientemente con la voluntad del que le envió.
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