Author: gabtorar
•6:54
Lucas 1:20 “Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo”

Aclaramos en el devocional de ayer que el milagro de Dios viene mientras le servimos.

Hay una gran necesidad de “recursos humanos”, personas que puedan despertar de su sueño y de su "vivir centrados en sí mismos" a la realidad que Cristo pudo palpar cuando estuvo en la tierra: “la mies es mucha y los obreros pocos”.

Las razones por las cuales las personas no logran ver la necesidad de obreros es variada, pero una de las más terribles es la incredulidad.

La incredulidad es una fuerte cadena que impide a las personas recibir lo que Dios desea concederles.

Volviendo al relato de Zacarías, él y su mujer deseaban un hijo y mientras él está sirviendo al Señor, le es enviado de parte Dios un ángel con muy buenas nuevas para ellos: “Dios les iba a conceder un hijo”.

Imagínate, Dios estaba punto de hacer algo sobrenaturalmente maravilloso para este matrimonio y lógicamente la respuesta debió haber sido algarabía, gozo, gratitud, alabanza.

En lugar de ello Dios recibió incredulidad, cuestionamiento de parte del beneficiado: ¿en qué conoceré esto?, dijo Zacarías, echando una mirada a su avanzada edad y a la realidad de su mujer.

Frecuentemente la incredulidad nos juega esta mala pasada, impidiéndonos hacer algo que nos debería hacer reflexionar en este minuto: “darle la gloria a Dios”.

Normalmente no creemos lo que Dios dice que va a hacer porque ponemos la mirada en nosotros, en lo que tenemos o en lo que nos falta. No entendemos que si el milagro ha de ocurrir es precisamente porque en nosotros ya no está la capacidad de hacer que las cosas pasen.

Dios debía ser glorificado por medio de Zacarías y a causa de la incredulidad fue cuestionado.

Zacarías debía ser favorecido por la palabra anunciada y a causa de la incredulidad fue disciplinado. El ángel le dijo claramente “y ahora quedarás mudo por cuanto no creíste a mis palabras”(v.20)

¡¡Fíjate lo destructiva que llega a ser la incredulidad para las personas, ella hace que nuestra boca se cierre!!

Lo triste del asunto es que nosotros podemos escoger el camino que queremos tomar en este aspecto. Escogemos recibir a Dios o rechazarlo, abrir nuestra boca palabra agradecer lo que hace o cuestionarlo.

Tal vez ahora mismo estás atravesando momentos de dificultad y te sientes tentado a cuestionar lo que Dios está haciendo. Piensas que porque las cosas no están teniendo el resultado que esperabas no son de Dios y no sabes que Dios está trabajando en ello.

Amados hermanos, yo me he sentido así, he sentido que el yugo se vuelve demasiado pesado y he llegado a creer que no podré continuar. En esos momentos nos olvidamos de las promesas que Dios ha dado por medio de Su Palabra.

Son esos momentos cuando la carne comienza a tomar el control (nosotros se lo damos a veces y ni siquiera nos damos cuenta) y nos lleva al terreno de la duda. Pero cuando tu sientas que el yugo está pesado es el mejor momento para DECIDIR CREER A LA PALABRA DE JESÚS: “mi yugo es FÁCIL”.

Si Jesús dice que el yugo es fácil entonces lo es, se acaba la discusión, no hay más que hablar.

No necesitamos hacer un cuestionario para ver como nos “sentimos” o “que nos parece” lo que estamos viviendo. Es tiempo de sostenernos como viendo al invisible y pararnos en fe SABIENDO que Dios no miente ni se equivoca JAMÁS.

Zacarías debió haber aprendido una gran lección ese día. No esperemos a tener que enmudecer para decirle al Señor:

“Gracias bendito Dios, por lo que me quieres dar. Por ese milagro que estás preparando en secreto, mientras yo trabajo para ti. Quiero que mis labios se abran para decir que eres fantástico, maravilloso para darte gloria y bendecir Tu Santo Nombre. No quiero dar a mi carne lugar para cuestionar lo que tú haces. Gracias por tomarte la molestia de enviar tu ángel para hacerme oír buenas nuevas. ¿¡Como no habría de amarte!?

Recibo ese milagro aunque mis ojos no vean, ni mi corazón entienda, ¡¡CREO!! y para ti Señor ¡eso es lo que cuenta!
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