Author: gabtorar
•11:00
2 Samuel 12:20 “Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan y comió” Una gran verdad de la vida cristiana es que Dios siempre sigue adelante. ¡La obra de Dios en nuestras vidas jamás se detiene!

No importando si se trata de un Pedro que acaba de negar al maestro (aunque se le había advertido sobre el asunto), o de un pastor hecho rey como David (que había adulterado haciendo que lo enemigos del Señor blasfemaran su Nombre), el plan de Dios para con nosotros sigue adelante.

¡¡Que maravilloso contraste!! Entender que si bien Dios no cambia, no muda, su plan para nosotros no se detiene, con tal de llevarnos adelante al cumplimiento perfecto de Su buena voluntad.

Pero para “llegar a puerto” en Cristo “debe haber un cambio de ropas”.

David, el otrora dulce cantor de Israel, un líder que ha llevado a Israel a un punto nuevo de desarrollo, crecimiento, prosperidad, y unidad nacional, está enfrentando un duro momento: ha pecado CONTRA Dios.

Ha tomado la mujer de su prójimo, ha dormido con ella y la ha embarazado. Tratando de maquillar su error, ha coordinado que el inocente marido de esta, muera en el campo de batalla (paradójicamente sirviendo los intereses de David mismo, con una fidelidad increíble).

David ha cometido un gravísimo error. El hombre conforme al corazón de Dios ha actuado conforme a cualquier otro corazón menos al de Su Señor. Pero “lo hecho, hecho está” y David está pensando cómo remediarlo humanamente.

Su solución simplemente llevó las cosas a un mayor nivel de daño y perjuicio.

Seguro que al Señor “grande en misericordia”, le hubiera bastado con que David, primero pidiera perdón a los afectados, y luego mostrara los frutos dignos de tal arrepentimiento.

Dios tiene siempre el poder de encaminar las cosas a bien.

David se equivocó. ¿Te has equivocado alguna vez?

Seguramente nosotros podemos identificarnos con él. Jesús dio libertad para apedrear a la mujer adúltera a aquellos que estuvieran libres de pecado y los ancianos (los más animosos a apedrearla) fueron los primeros en retirarse del lugar.

Pero entre los desvaríos de ese oscuro momento del rey de Israel, hubo luz. El profeta lo confrontó con ese pecado prolijamente escondido, y David se arrepintió y Dios le perdonó.

Sin embargo, había consecuencias que afrontar. Un niño había nacido producto de esa relación ilícita y esa vida no llegaría a prosperar.

David se humilló ante el profeta Natán y comenzó a interceder por ese niño, pero ese niño enfermó y murió.

El pecado de David terminó en luto. El pecado verdaderamente destruye y daña nuestras vidas y la obra de Dios.

Pero hay algo que es necesario destacar aquí. David lloró y ayunó por ese niño. Sin embargo, cuando Dios decidió llevarse a ese niño, David tuvo la capacidad de levantarse.

No es la voluntad de Dios que nos quedemos en un estado de postración.

Hay que humillarse bajo Su poderosa mano, pero no para vivir en un estado de humillación permanente sino porque la humillación está en el camino de la exaltación que Dios mismo desea dar.

David se levantó de la tierra, salió de su postración, de su estado de humillación.

Todo tiene su tiempo debajo del sol. Tiempo de llorar y tiempo de reír. Hay tiempo para humillarse y cuando nos humillamos, damos lugar al tiempo de la exaltación.

No tengas temor de humillarte cuando sea tiempo para ello. Eso es una etapa que dará a luz una etapa nueva en tu vida.
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