Author: gabtorar
•12:05
Tito 2:1 “Pero tu habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina”

¡Se escuchan tantas cosas hoy!

La multiplicidad de voces que se oyen, a veces generan el efecto contrario del que Dios desearía producir: “lejos de tener muchas trompetas que reproducen el mismo sonido, tenemos diversos instrumentos emitiendo sonidos igualmente diversos”.

Y esto provoca confusión.

Un conocido cantautor y pastor español dice en uno de sus temas: “hoy no saben ya como llamar a cada grupo, ¡¡hay tantos!!”

Que lamentable es tener que reconocer que la iglesia del Señor, teniendo un mismo Señor, una misma doctrina, un mimos llamado y una misma misión, comparta tanta diversidad de cosas que no dan con el blanco que es llevar a los creyentes a la estatura de Cristo.

No se trata solamente de predicar, es importante tener claro qué debemos predicar.

Con tanta necesidad que existe en el mundo por el mensaje de salvación, con tanta urgencia que muestra la escritura porque los llamados estemos en condiciones para ser salvos es casi imperdonable que perdamos el tiempo entreteniendo a los creyentes, en vez de llevarles por medio de la palabra, a las doctrinas esenciales del arrepentimiento y perdón de pecados que nos permiten entrar en esta senda de la salvación.

Los millares que se amontonan para escuchan las ofertas del evangelio social que promete un cielo en la tierra están pisando un terreno muy peligroso para sus almas.

Satanás descubrió en el Génesis que el hombre es codicioso. Eva después de algunas sugerencias malintencionadas que le dio la serpiente, codició el árbol que poseía ese fruto prohibido para los hombres.

El mensaje del diablo siempre apunta al corazón codicioso, a esa naturaleza perversa y egoísta que sólo busca lo propio.

Ese mensaje no salva, todo lo contrario, condena al hombre porque lo vuelve más esclavo de su propia concupiscencia, pero le hace creer (al igual que a Eva) que no hace nada indebido, que hace está haciendo lo correcto.

Por eso hay tanta oferta de Cristo en el mercado.

Me pregunto qué pensará el Padre cuando ve que reducimos el evangelio a algo tan liviano como “acepta a Jesús”.

Necesito decirlo una vez más: ¡¡somos nosotros los que debemos rogar a Cristo que nos acepte! Es Su Reino, no el nuestro.

Pero muchas veces pensamos que hemos hecho un gran favor al reino de los cielos, cuando convencemos a alguno de que “acepte a Jesús”.

La mayoría de las veces esas personas no están dispuestas a abandonar su mala manera de vivir y a decir no a sus pecados, pero todavía nosotros creemos que hemos contribuido al Reino de Dios.

La palabra de Dios es clara. Hay gozo en los cielos por un pecador que se ARREPIENTA.

¿Lo notó? No se trata de que alguien solo haya repetido una oración aceptando a Jesús sino que uno se ARREPIENTA de sus pecados. ¿Qué es lo que condena al hombre, no es el pecado?

Es a ese blanco que debe apuntar la predicación del evangelio. Ese era el objetivo de la predicación de los apóstoles, de Juan el bautista y de Jesús mismo.

¿Podemos arrojarnos nosotros la autoridad de cambiar ese mensaje eterno?

Creo que no, y sabiendo que daremos cuenta por lo que hayamos hecho en el cuerpo, haríamos mucho bien en reflexionar sobre el asunto.
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