Author: gabtorar
•6:03
1 Samuel 16:7 “Jehová respondió a Samuel: no mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”

¿Qué nos vuelve parte de algo? ¿La vestimenta, el lenguaje, visitar lugares comunes?

Como padres nos inquietamos cuando vemos que nuestros hijos dan atisbos de querer adoptar ciertas modas.

Notamos que de alguna forma están adscribiéndose a ciertos modelos o tendencias porque sus vidas empiezan a ser dibujadas de acuerdo a los patrones de tales modas.

Notamos cambios en el look, en la vestimenta, muchas veces hasta en el lenguaje. Esto se vuelve más gris cuando el comportamiento cambia, y vemos que se vuelven más hostiles, recios o rebeldes.

Nos entristece pensar que se están volviendo “parte de” tal grupo o tendencia y nos asustamos de las consecuencias que esto pueda traer.

No pretendo desmerecer la importancia de esto. Pero el que se vista de tal o cual forma, incluso que hable de tal o cual forma no es necesariamente una señal inequívoca de que ellos se han vuelto tal cosa, o se han convertido a tal movimiento.

¿En qué me baso para decir lo anterior? En la experiencia de la misma iglesia.

¡Cuántas veces he visto desfilar personas en las iglesias, de las que, luego de algún tiempo, nunca más se supo!

Hablo de personas que con mucho entusiasmo dieron atisbos de un cambio de vida.

Personas que dejaron el mal lenguaje, que abandonaron algunos vicios (alcoholismo y tabaquismo principalmente), que comenzaron a vestir decentemente dejando el vestir sensual (lo cual es especialmente visible en las damas).

Personas que aprendieron canciones (y aun las cantaron), que participaron en cursos bíblicos, que lloraron y rieron contigo, que te abrazaron, que prometieron ¡¡A DIOS MISMO!! amor, fidelidad y nunca más volver atrás…. y que de un momento a otro, hicieron TODO lo que habían prometido no hacer.

Cualquiera que los hubiera visto habría pensado: “Oh, esta persona verdaderamente se convirtió”.

Pero los hechos demostraron que no hubo tal conversión, por muchos que todo lo externo aparentemente diera muestras de lo contrario.

Pienso que las cosas funcionan en ambas direcciones, lo que es cierto en una dirección lo es también en la otra, y por ello me atrevo a decir que los cambios externos no necesariamente reflejan un cambio interior.

Nosotros podemos “aprender” (y aun reproducir) las conductas aceptables para un grupo determinado, sea religioso o de cualquier índole, pero eso no garantiza una conversión interna a ese grupo o fe particular.

Cualquiera que hubiese oído a Pedro decir “Señor: aunque todos te abandonen yo no lo haré, si tienes que morir, te aseguro que no serás el único”, hubieran pensado: contra esta clase de determinación no puedo competir”.

Sin embargo, Pedro huyó. No fue el único que huyó pero fue el único individualizado en su huir.

Cualquiera que hubiese visto a Juan con una actitud tan tierna, casi infantil, un hombre que busca el regazo de Jesús para apegarse a Él, hubiese pensado “este hombre es un terrón de azúcar que sería incapaz de hacer cualquier sacrificio que implicara dolor por SU Maestro”.

Nuevamente fue el único registrado en la escritura que estuvo allí los pies de la cruz, además de las Marías.

Las apariencias pueden ser muy engañosas. Solo Dios conoce lo que ocurre en el interior de las personas. Lo que sienten lo que piensan, incluso las motivaciones por las que se mueven.

Tanto como no debemos cantar victoria cuando una persona aparentemente se ha convertido, no deberíamos llorar la derrota cuando alguno de nuestros seres queridos busca identificarse con estos grupos que, por supuesto no son lo que ninguno de nosotros planearía para sus seres queridos.

Después de todo las cosas no siempre son lo que parecen
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