Author: gabtorar
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Mateo 18:11 “Porque el hijo del hombre ha venido para salvar lo que se había perdido”

¡Con qué claridad el Señor declara aquí cual fue el motivo de su venida a este mundo! Con estas palabras el declaró cual era el propósito de su vivir, lo que debía ser

¿Tenemos la misma certeza de cuál es el propósito de nuestra vida?

Cuando uno no tiene claro hacia donde va, comete muchos errores. Lo mismo ocurre cuando no tiene claro quién es.

Las personas vivimos vidas muy egocéntricas, como consecuencia entramos en caminos y deambulamos por veredas que no aportan en lo más mínimo a la verdadera razón de nuestro existir…¡¡y esta vida es tan corta!!

Vivir un promedio de 70 años es insignificante comparado con la gran promesa de vida eterna que Dios nos ha concedido en su palabra.

La eternidad y todo lo relacionado con ella (siempre lo digo) es demasiado tiempo como para descuidarla.

Pero aunque esta vida es corta, es suficiente para poder resolver los asuntos necesarios relacionados con esa vida eterna superior.

Cristo vino con una misión y se dedicó a ella. El éxito siempre depende de cuánto estemos dispuestos a invertir en lo que hacemos.

Es preciso mencionar que las personas tenemos una definición de éxito que no precisamente encaja con la de Dios.

Para los hombres ser exitoso significa alcanzar metas personales terrenales. Esas metas normalmente tienen que ver con deseos egoístas, aunque a veces también con la satisfacción de ciertas necesidades.

Dios ha prometido que si nosotros buscamos PRIMERO Su reino y Su Justicia, entonces, Él se encargará de respondernos (de la manera que Él estime conveniente) respecto a los temas de necesidades terrenales básicas.

Muchas personas se sienten frustradas porque las cosas no resultan como quieren, y no se dan cuenta que Dios usa las circunstancias para disciplinarnos en nuestro vivir para hacernos exitosos en lo que tiene real valor para Él.

NO hay nada más terrible que tener éxito en las cosas equivocadas.
He aprendido que muchas personas no pueden ser promovidas de su estado actual porque no tiene la madurez para afrontar esa promoción. Dios nos hace un gran favor cuando nos permite atravesar situaciones difíciles que nos llevan a replantearnos si estamos o no haciendo SU voluntad.

La obediencia selectiva (como decía en el devocional de ayer), es otra manera de ser desobedientes y Dios necesita enseñarnos la obediencia.

Si no le obedecemos en este reino terreno ¿por qué lo haríamos en la eternidad? Y si no estamos dispuestos a sujetarnos a Él aquí, ¿por qué tendría que premiarnos llevándonos a su Reino?

Son cosas que a veces no consideramos porque tenemos la mirada demasiado puesta en nosotros mismos y esa es la raíz de nuestros males.

No es casualidad que Jesús dijera que para poder seguirle debíamos negarnos a nosotros mismos. Este negarnos significa responder con tranquilidad y confianza en Dios frente a esas cosas que nos ponen el mundo de cabeza.

Piensa en esto ¿qué es lo que te entristece más, no es el no lograr lo que deseas (en cualquier ámbito)?
Leemos que Jesús vino a salvar lo perdido, que esa era su misión. Indudablemente se refiere al hombre, a reconciliarle con Dios mediante su muerte en la cruz, a abrir un camino nuevo y vivo para que la humanidad pudiera volver a relacionarse con Dios.

Pero eso no es todo. El hombre se alejó de Dios como consecuencia de que otras cosas se perdieron, por ejemplo, el temor de Dios.

Jesús vino a salvar al hombre de la condenación eterna, del infierno pero también de su egoísmo. Ese enemigo invisible que se las arregla para vivir en la mente y corazón de las personas. Que por no verle, no le damos el trato que merece.

Cuando las cosas no salen como esperamos levantamos artillería contra Dios, damos amplio lugar en la mente para que el enemigo la use como un campo de entrenamiento militar y arroje cuanto armamento tenga a mano.

Comienzan las quejas, los miramientos, perdemos la perspectiva, se nos nubla el entendimiento. En resumen, dejamos de ver a Dios.

Y si hay que el hombre no se puede dar el lujo de hacer es dejar de ver a Dios.

Una vez que tú dejas de mirar al Señor tu vista se fija en cualquier cosa y eso nos lleva, por cualquier camino, lejos de Él.

Pregunta a un conductor si podría conducir mirando el costado del camino sin tener accidentes y te aseguro que la respuesta será: “No, no es posible”.

Dios quiere que entendamos que el mayor éxito que tenemos a nuestra disposición es poner siempre la mirada en Él como lo hizo Jesucristo. Llegar al final de nuestra existencia, sea larga o corta, y poder decir: “caminé con Dios, hice Su voluntad. Tuve mucho o poco, logré grandes cosas o cosas aparentemente insignificantes pero caminé con Dios, guardé la fe, fui fiel en lo que me mandó y agradecido con lo que Él me dio”

¿Puede haber éxito mayor?
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