Author: gabtorar
•7:43
Santiago 5:1 “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán”

¿Qué nos posee?

En el mundo en que vivimos las cosas cada vez tienen un rol más relevante.

Muchas personas pasan la mayor parte de sus vidas trabajando para adquirir cosas.

El avance tecnológico alcanzado permite que casi mensualmente algo nuevo salga al mercado y que pronto se transforme en un objeto de deseo.

Recuerdo que apenas un par de años atrás, cuando se estrenó el I PHONE, hubo personas que hicieron filas para obtener uno, para tener la primicia.

Si las personas tuvieran ese mismo interés por Dios

Pero ¿hasta dónde puede llegar la locura por tener cosas?

Muchas cosas son útiles y hasta necesarias, pero la vida pierde su verdadero sentido, cuando el hombre deja de perseguir lo que debe y le conviene y se enfrasca en la búsqueda de cosas superfluas y vanas.

El problema del consumismo es que somos consumidos por el, y quizá el mayor riesgo es que siempre pensamos que tenemos el control.

Pocas son las personas que pueden decir con tranquilidad: “no tengo deudas con nadie”. La gran mayoría se encuentra en el segmento opuesto.

Jesús habló sobre las cosas, él dijo que la vida del hombre no consistía en tener cosas. Me temo que esa es una de las muchas lecciones de Cristo a las que no hemos prestado suficiente atención.

Los medios de comunicación (siempre en línea con el mundo y en franca oposición con los principios de Dios) colaboran de manera magistral diseminando la codicia entre quienes ven los spots publicitarios.

Se trata de un verdadero sistema, diseñado para convencer a las personas haciendo una necesidad de aquello que no es necesidad

Lo malo de todo esto es que las cosas entusiasman, pero no llenan. Tratamos de llenar nuestros vacíos teniendo cosas, pero eso no suple lo que nos falta.

Es triste reconocer que las personas generalmente buscan en el lugar equivocado, y como resultado, no obtienen lo que en verdad buscaban.

Lo material no puede suplir lo espiritual. La palabra de Dios hace clara esta diferencia enseñando que la carne es una cosa y el espíritu otra.

La obsesión por tener cosas lleva a las personas a tomar las decisiones más alocadas que uno pudiera pensar.

Para lo terrenal se legitima que la gente haga toda clase de sacrificios y esfuerzos, pero para las cosas espirituales se censura y llama a la moderación.

¡¡Como si Dios no fuese digno de nuestros mejores y más altos esfuerzos y sacrificios!!

Los apóstoles entendieron que el mundo (incluyendo sus cosas) no tenía gran valor, y que la obra de Dios lo valía todo.

Dos mil años después, podemos darnos cuenta como esa visión ha cambiado y que aquello que no tiene real valor se sobrevalora.

¿Qué nos posee?

Responder francamente a esa pregunta será de mucha utilidad para saber lo que realmente somos y para quien estamos viviendo.
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