Author: gabtorar
•12:20

Proverbios 13:1a: “El hijo sabio recibe el consejo del padre…”

¿Quién podría negar que vivimos apurados?

A todo nivel uno se da cuenta que el tiempo se ha vuelto un bien escaso (aunque en realidad no lo es: no es que “falte tiempo”, el problema es que “sobran compromisos”). Tomamos más cosas de las que podemos manejar

Saber que tenemos amontonadas una serie de cosas que eran “para ayer” nos hace apurarnos y pasar por alto situaciones y eventos relevantes, y que por serlo, requieren de nuestra atención inmediata.

Llevo algunos años percatándome de una mala práctica en los círculos cristianos. Me refiero a ocasiones en que las personas somos confrontadas por el consejo de Dios, y frente a ello respondemos con un “amén”. Es decir, asentimos, aceptamos que Dios nos está declarando una verdad de la cual quizá no estábamos conscientes, pero de la cual nos volvemos conscientes por Su palabra.

Con frecuencia uno es movido por lo que acaba de escuchar. De pronto brota el deseo de arreglar la situación, de hacer algo al respecto, pero los afanes vuelven a desviar nuestra mirada y terminamos otra vez en el punto de partida.

He notado que el entusiasmo por cambiar dura poco. La fuerza de costumbre actúa como un neutralizador del impulso por el cambio y nuestras vidas siguen siendo lo que eran antes de haber sido iluminadas por la verdad de Dios.

Volvemos a nuestra rutina como si nada hubiera sucedido. El deseo por cambiar se esfuma y la vida sigue igual.

Cuando Dios revela algo, siempre es para nuestro provecho. Cada vez que Dios nos muestra algo es para que tomemos cartas en el asunto y hagamos algo al respecto.

El que Dios ponga Su bendito dedo sobre nuestras llagas, jamás tiene como objetivo hacernos daño, sino motivarnos a tratar con aquello, a solucionar los “temas pendientes”.

Pero las personas olvidamos ciertas cosas, particularmente aquellas que “nos conviene” olvidar.

Hay asuntos que “preferimos colocar en nuestra bandeja de reciclaje” porque tenerlos presente, significa tener que asumir las cargas o responsabilidades, las cuales en realidad, queremos evadir.

Pero Dios es un Dios que arregla cuentas.

David pasó cerca de un año ocultando su episodio con Betsabé. Era un incidente que le convenía olvidar, pero que después de aun año, todavía estaba “fresco” en la retina del Señor.

David (como muchos de nosotros hemos hecho por lo menos alguna vez en la vida) intentó guardar la mugre bajo la alfombra. Él pensó (y nosotros también pensamos) que nuestro secreto estará seguro ahí.

Nunca contamos con que el día menos pensado algún pequeño visitante, movido por su infantil curiosidad levantará la alfombra, revelando así la suciedad que se ocultaba debajo de esa linda apariencia.

La vergüenza es grande cuando esto llega a suceder.

Dios nos ofrece la oportunidad de tratar con aquello que revela porque ha dispuesto que un día los secretos mejor guardados de todos los hombres serán revelados delante Suyo y entonces no habrá posibilidad de arreglar nada.

Aunque nos guste, hay cosas que no podremos posponer indefinidamente.

Debemos hacernos a la idea (realidad) que no podremos huir eternamente de nuestras responsabilidades, un día todo lo que hayamos hecho nos alcanzará para bien o para mal. De ahí la importancia de no pasar por alto el consejo.

Seamos sabios, recibamos el consejo de nuestro Padre Celestial y arreglemos LO QUE SEA que Él nos muestre.

No nos cansemos hasta que aquello sea un caso cerrado.

Entonces y sólo entonces, gozaremos de verdadera paz.

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