Hebreos 11:36 
 “(Por su fe) Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de 
esto prisiones y cárceles. 37 Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, 
muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de 
ovejas y de cabras, pobres, angustiados, 
maltratados”;
Ayer planteaba que 
uno hace cualquier cosa por Su Dios. Esto es cierto aunque algunos no se den 
cuenta. Uno está dispuesto a hacer esfuerzos y sacrificios por complacer aquello 
que uno adora o con lo que uno se identifica.
Lo anterior 
implica que uno paga un precio por servir a su Dios. Sea que uno sirva al Dios 
verdadero o a alguno falso, siempre la deidad establece reglas, preceptos y 
exige sacrificios (de distinta índole) que uno debe estar dispuesto a pagar si 
ha de seguirle.
En este marco cabe 
preguntarse ¿Cuánto me ha costado mi fe? ¿Qué precio he tenido que pagar por 
servir a mi Dios?
“Lo que nada 
cuesta, en nada se valora” es algo que cada día tengo más presente. 
Se me vienen a la 
mente millares de personas que levantan la voz diciendo que se identifican con 
Cristo, pero que no están dispuestos a pagar ningún precio por su fe, por seguir 
a Jesús.
La fe tiene un 
alto costo. Creo no me equivocarme al decir que el precio más alto que vas a 
pagar en la vida, será el que pagarás por tu fe. Por ser consistente con lo que 
crees (o dices creer).
Por la fe uno 
puede llegar a vivir privaciones, ser apartado, discriminado, verse en la 
necesidad de abandonar proyectos personales en los que invertiste tiempo, 
fuerzas, dinero… 
¡Pagaremos un 
precio por servir al que llamamos Dios! 
Los apóstoles de 
Cristo vivieron situaciones muy difíciles, que de no ser por su profundo 
compromiso con Cristo y la ayuda del Padre, de seguro les hubieran hecho 
claudicar.
A la pregunta del 
escrito de ayer (¿Quién es mi Dios?) sería pertinente agregarle ¿Qué estoy 
dispuesto a hacer por mi Dios? 
Porque en verdad, 
la devoción no se mide por las palabras que uno pronuncia (ni siquiera por las 
promesas que uno hace) sino por los hechos. 
Es fácil prometer 
lo que podemos y aun lo que no podemos cumplir, cuando estamos bajo una 
agradable y fuerte influencia emocional o cuando nos sentimos alentados o 
consolados por el Señor. 
El desafío no es 
prometer sino cumplir. Yo he oído muchas promesas en el altar de Dios, que 
después se las llevó el viento. 
Estando bajo la 
agradable caricia del Padre, he oído a muchos prometerle amor eterno, fidelidad 
incondicional, sin importar costos o consecuencias. 
Y créeme que así 
como Jesús preguntó a la mujer ¿Dónde están los que te acusan? yo he oído al 
Señor susurrar: ¿Y dónde están los que prometían? 
       
Seguir a Aquel que 
llamamos “Dios”, tendrá costos. Algunos pagarán un precio más alto que otros 
quizás pero TODOS deberíamos estar dispuestos a hacer o dejar de hacer, tomar o 
abandonar, lo que Dios quiera. 
Si no está en ti 
esa disposición, puede que signifique entonces que Él NO ES tu Señor, NO ES tu 
DIOS.
Y si no es tu 
Dios, difícilmente será Tu salvador.
Es peligroso 
confundirse en este tema, porque un error en esta materia no nos costado algunos 
pesos o dólares, puede costarnos LA PAZ y EL REPOSO ETERNO del alma. 
La fe tiene un 
precio. A mi juicio, el más alto de todos. Todos lo pagaremos, y tu vida querido 
lector, no será la excepción.  
¿Estás sirviendo a 
tu Dios como ÉL merece?
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