Éxodo
20:3 No tendrás dioses ajenos delante de mí. 4 No te harás imagen, ni ninguna
semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las
aguas debajo de la tierra. 5 No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque
yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre
los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me
aborrecen,
Desde tiempos
inmemoriales los hombres han adorado aquello que consideran su
“dios”.
La historia ha
cambiado, hemos concebido tecnológicamente hablando, avances que algunos jamás
hubieran pensado posibles. No obstante, en lo concerniente a la deidad, las
cosas no han cambiado para nada.
Los dioses se han
vestidos de ropas distintas, de distintos nombres pero la lógica que opera y que
mueve el asunto, sigue siendo la misma. Las personas tenemos la facultad de
adorar, y por raro que parezca, ninguno la malgasta porque cada cual a adora a
sus dioses muy religiosamente.
Estos dioses
tienen diversas formas. Algunos como dice el apóstol Pablo en el libro de
Romanos (cap. 1) tienen “imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y
de reptiles”.
Pablo añade que
“los hombres cambiaron la gloria de Dios por estas imágenes” y las adoraron.
Suena fuerte
¿verdad?
La cruda realidad
es que las personas en efecto HACEN cualquier cosa por su dios. Cualquier
esfuerzo, cualquier clase de sacrificio.
Es sorprendente la
capacidad que tenemos para entregarnos a aquello que tiene valor de culto para
nosotros.
Los mártires son
una buena prueba del compromiso que podemos llegar asumir con nuestros “dioses”.
El Creador nos dio
la faculta de adorar, de mirar reflexiva y contemplativamente, de reconocer los
méritos, obras y atributos de aquello que para nosotros representa la deidad.
Es triste, por
tanto, cuando adoramos lo que por naturaleza, NO ES DIOS.
¡Que lamentable es
cuando nos entregamos a adorar aquello que no es digno de tal
veneración!
Sin darnos cuenta,
las personas adoramos, desde seres que creamos para llenar espacios o satisfacer
necesidades, hasta las cosas que adquirimos o que deseamos
adquirir.
Dedicamos tiempo,
atención, recursos a nuestros dioses.
Las cosas más
simples y triviales pueden llegar a convertirse en objetos de culto y adoración
si no somos cuidadosos.
Por ello es
importante preguntarnos ¿quién es nuestro Dios?
Descubriremos qué
o quién es nuestro Dios, muy cerca de aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo
y fuerzas. Bien puede estar escondido tras aquello que nos roba el pensamiento y
hace palpitar el corazón.
Aunque digamos que
tal o cual cosas NO es nuestro dios, nuestros hechos (nuestra adoración y culto)
revelarán si hablamos con verdad o mentimos, ya que en tu dios
estarán puestas tus metas y deseos.
Si EL SEÑOR
(Jehová) es tu Dios no habrá cosa que te separe de Él. No habrá esfuerzo muy
grande, ni sacrificio que no estés dispuesto a hacer por Él.
Dios sabe que
estamos dispuestos a inclinarnos y honrar aquello que consideramos nuestro dios.
Ya sea una imagen,
la familia, una persona, un trabajo, una mascota, el
dinero…
El verdadero Dios
es celoso y nos advierte de tener cuidado de a quién estamos dando nuestro
reconocimiento y adoración.
¿Tienes claro
quién es tú Dios?
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